Miedo a represalias, a no poder mantenerse ella y sus hijos e
hijas, al que dirán.
La etapa de arrepentimiento y promesas de cambio por las que pasa
el hombre detiene a las mujeres, quienes aceptan las disculpas, promesas y
regalos y pretenden creer que la situación va a cambiar. Sin embargo, las
relaciones se alargan mientras la violencia tiende a ir en escalada y los
abusos son cada vez más frecuentes. La mayoría de las mujeres, (hijos e hijas)
aprenden a reconocer el patrón de conducta del agresor y tratan de utilizar
varios mecanismos de ajuste para intentar prevenir el abuso o disminuir su
intensidad. Sin embargo, el maltrato se da independientemente de lo que haga la
mujer para impedirlo.
Haber vivido en su núcleo familiar, violencia y pensar que es algo
común y que pasa en todas las familias como algo normal.
Asociar el afecto
con la violencia como es el caso de aquella mujer que demostrando un trastorno
de tipo depresivo, se le pregunta el motivo de su estado, respondiendo con
aflicción lo siguiente: ¿Qué es lo que le pasa? Respuesta: Es que mi esposo ya
no me quiere ¿Por qué dice eso? Es que ya no me pega ha de andar con otra.
El Síndrome de
Estocolmo: Fenómeno por el cual se crea un vínculo,
de “quedarse” con el agresor en la que Gram, Rawlings y Rimini (Yllo y Bograd,
1988) explican la permanencia de la mujer en la relación violenta, sugiriendo
que algunas de las reacciones psicológicas de las mujeres maltratadas es el
resultado de la experiencia de haber padecido abuso de manera similar a los
rehenes. Se considera como una estrategia activa de supervivencia ante los riesgos
que implicaría tratar de separarse (incremento de violencia e inclusive de
riesgo de muerte). El Síndrome de Estocolmo es considerado una respuesta normal
ante una situación anormal y se presenta siempre y cuando se den las siguientes
cuatro condiciones:
Se perciba una amenaza a la supervivencia física o psicológica y
se crea firmemente que el abusador cumplirá con esa amenaza.
La persona cautiva, dentro del contexto de terror, perciba la más
mínima expresión de amabilidad de parte de su captor.
Exista un aislamiento total de perspectivas que no sean las del
abusador.
Que la víctima
perciba incapacidad para escapar.
La teoría explica que la víctima necesita afecto y protección. Sin
embargo, al encontrarse aislada de los demás su única opción es el abusador. Si
éste expresa la más mínima consideración, la victima niega su rabia ante el
lado aterrorizador del atacante, ya que el sentimiento de rabia podría ser
abrumador y crea un vínculo con su lado positivo. Con la esperanza que su
agresor la deje vivir, la víctima se esfuerza por mantenerlo contento
volviéndose hipersensible para detectar sus necesidades y estados de ánimo. A
medida que va pasando, el tiempo, y con tanto esfuerzo para tratar de pensar y
sentir como el atacante; la víctima, de manera inconsciente llega a sentir como
suya la visión del mundo del antagonista. Sus necesidades, sentimientos y
puntos de vista pasan a segundo plano, ya que interfieren con lo que debe hacer
para sobrevivir. De esta manera, el agresor parece ser el “bueno” para la
víctima y las personas que intentan ayudarla, como la familia, la policía, las
y los terapeutas, pasan a ser “los malos” en su vida.
El grado de
compenetración con el agresor es tal, que será difícil abandonarlo aunque se
tenga la oportunidad. Después de todo, la victima ha negado el lado violento
del abusador y su propia rabia, por lo que no ve razones para abandonarlo.
Además, considerando el aislamiento en que se encuentran la mayoría de las
victimas, el agresor se convierte en la única fuente de consuelo. En la
dinámica de esta dependencia, existen dos mecanismos que dificultan la
separación del agresor cuando la relación ha sido prolongada:
Miedo de la victima a perder la única relación posible para ella.
Miedo a perder
la única identidad que le queda, es decir, ser vista a través de los ojos del
agresor.
Estos miedos se
expresan como miedo al abandono y a no saber quien se es, lo que se ve como una
amenaza a la supervivencia psicológica.
Aún después de la
separación, prevalecen sentimientos de que el agresor volverá para atraparla
una vez más y de que existe el riesgo de que la mate. La víctima “liberada”
vive temerosa de su supervivencia física y no se libera psicológicamente de su
agresor, por lo que le es fiel durante mucho tiempo después de la separación,
aun cuando aquél haya muerto.
Landenburger
(1989), en una investigación realizada con mujeres que habían sido maltratadas,
propone cuatro fases para describir el proceso de estar atrapada y recuperarse
en una relación de abuso:
1. Fase de
apego: Inicia al momento del desarrollo de la
relación y el comienzo del abuso. Los aspectos positivos dominan los aspectos
negativos, ya que la mujer tiene
el deseo y las
expectativas de una relación de amor, familia etc. y todas las características
de la pareja se ven bajo esta luz positiva. Las señales de alarma se pasan por
alto, normalmente adjudicando los problemas a lo nuevo de la relación. La mujer
se esmera en tener contenta a la pareja y siente que si logra hacer todo bien,
los problemas desaparecerán. No piensa en los problemas de la pareja sino en lo
que ella esta haciendo mal para provocar la violencia.
En algún momento
de esta fase la mujer comienza a dudar de la normalidad de la situación y
piensa en abandonar a la pareja, pero no hace planes para llevarlo a cabo. Es
como si pensara que dejar a la pareja no depende de ella y sólo logra pensar
que la relación terminará. Por otro lado, existe un conflicto constante entre
los aspectos positivos de la relación y los pensamientos y sentimientos que la
atormentan.
2. El aguante: Fase de resignación en la que la mujer siente que tiene que
ajustarse al abuso. Se aprecian los buenos momentos y se bloquean los aspectos
negativos. La víctima se centra en las posibles soluciones al abuso y no en el
problema en si. Continúa pensando que ella es la responsable, además de que
siente que le ha invertido tanto a la relación que quiere creer a su pareja
cuando le dice que no volverá a pasar.
Al mismo tiempo,
la pareja empieza a esforzarse por cubrir el abuso para así protegerse del
estigma social. Por otro lado la mujer se preocupa, además por el bienestar del
hombre que podría ser encarcelado o perder su trabajo. Así las cosas, se retrae
cada vez más, desarrollando sentimientos de minusvalía y perdiendo la esperanza
de que la situación mejore. Se siente atrapada en una relación que cree no
poder dejar, con el miedo de quedarse y no sobrevivir; siente que si se queda,
su pareja la matará o ella a él. Todo esto la puede estimular para pasar a otro
nivel de conciencia de su situación.
3. El desapego: En esta etapa la mujer se empieza a identificar con otras mujeres
en situación similar y ya puede darle nombre a lo que le ha estado pasando,
tomando conciencia de que la violencia no es normal. Intenta buscar ayuda y
encontrar gente que la apoye en vez de apoyarse en quienes la culpan o la
cuestionan. Reconoce que le será difícil separarse, pero no ve los obstáculos
como insuperables.
La mujer todavía
permanece dividida: por un lado es fiel a su pareja, y por otro, piensa que
debe abandonarlo si quiere sobrevivir. Comienza a creer que su vida no tiene
sentido y que es mejor morirse a seguir así. Aparecen sentimientos de rabia
hacia ella y su pareja, mezclándose con el miedo permanente. Es esta rabia la
que le permitirá movilizarse y salir de la relación.
Una vez que se abandona la relación, la mujer experimenta
sentimientos que pensó ya no existían. Vuelve a sentirse humana y sabe que es
capaz de hacer lo que ella quiera. Sin embargo estos sentimientos positivos van
y vienen.
No es fácil que
una mujer víctima de violencia sobreviva por cuenta propia, se necesita
trabajo, esfuerzo, reconocer el sufrimiento y la ayuda de los demás. El proceso
de depender y creer en si misma puede tardar muchos años o nunca completarse.
Puede regresar con su pareja una y otra vez, o puede seguir relacionada con su
compañero por mucho tiempo, aún después de la separación. Su recuperación se dará
cuando haya trabajado sus múltiples pérdidas y se haya librado de sus culpas y
de la pérdida de su pareja.
4. La
recuperación: Comprende desde el periodo de ajuste
inicial hasta que la mujer recupera el equilibrio de su vida. La mujer se
centra en las necesidades de comida, refugio y seguridad y debe aprender a no
contar con su pareja. Al mismo tiempo, debe luchar constantemente contra las
acusaciones de otras personas que la culpan por el fracaso de la relación y
debe pasar por un periodo de duelo, mismo que se agudiza cuando hay hijos e
hijas de por medio. En ocasiones, extraña los buenos momentos de su vida en
pareja, sin embargo debe desprenderse de esa necesidad de cuidar a la pareja y
concentrarse en ella misma.
El
modelo anterior, demuestra la separación inmediata y definitiva, no siendo una
opción real para muchas mujeres maltratadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario